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LOS RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL (38) - Desbocada reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez



Hugo Giovanetti Viola

Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes, 2016.


DÉCIMA PUERTA: INTERRUPCIONES (1)

Abro la puerta de mi apartamento y encuentro al detective, vestido con una gabardina y un gacho estilo Philip Marlowe en pleno diciembre de 1994. Lo hago pasar al escritorio, donde estoy escuchando a Álvaro Pierri. El viejito saca la cabeza por la ventana para enfocar el fondo de la casa contigua y murmura sin tristeza:

-Qué mal podado está el eucalipto rojo. Durante los diez años que viví en este apartamento fue el iluminador oficial de mis diciembres.

-¿Mate o whisky? Me regalaron un Something Special para Navidad.

-Oro escocés, of course. Con poca agua y sin hielo.

Cuando vuelvo con los vasos encuentro a Isabelino Pena observando maravilladamente el comienzo de la lluvia y digo:

-Unas gotas del reino. Por fin.

-Unas gotas del reino y Álvaro Pierri y un etiqueta negra. ¿Qué más quiere, mijito?

-Si la vida me diera de nuevo la oportunidad / de volver a vivirla otra vez / no la quiero más -recito. -Salud, Monsieur le Privé.

-A la suya. ¿Le gusta esa canción tan horrible?

-La canción será horrible, pero si me dieran la oportunidad de vivir la misma vida otra vez tampoco la querría. Por nada del mundo.

-Disculpa la indiscreción: ¿pero probó a otorgarle esa chance hipotética a algún maestro del alma como Espínola Gómez, por ejemplo? ¿Qué le contestaría?

Nos medimos fijamente por sobre los vasos.

-Espínola Gómez la viviría otra vez, of course. Pero me parece que usted anda atrás de otra cosa -engullo un trago largo. -Así que ahora me toca preguntarle qué busca concretamente en mi casa, don Isabelino.

El viejo saca su clásica pipa vacía de la gabardina y la utiliza para señalar al azar un cajón del escritorio.

-Me gustaría vichar el libro que está escribiendo sobre Espínola Gómez -abre una risa oscura. -Quedé muy intrigado cuando tuve el honor de participar en el episodio del hotel Stella.

-A esta altura me parece un absurdo que lo lea -pongo cara de perro. -No tengo claro para dónde voy ni por dónde voy a salir.


-Caramba, la Canción del ladrón .me interrumpió el detective torciendo la pipa hacia el casetero. -Qué versión, madre mía.

La lluvia arcoirisó su mirada fluvial y yo sentí un socavón vallejiano aterciopelándome el buche.

-Esta guitarra tiene la misma fibra que el Andante de Mozart por donde caminó Ojos de Plata allá en París -cabeceó el viejo, calmo.

Y al terminar la obra apagó el casetero y abrió la ventana para incrustar ojicerradamente la cabeza en la lluvia.


-¿Le traigo una toalla? -pregunté al rato.

-No, muchísima gracias. Yo después seco todo. Ahora podríamos seguir paladeando el Something Special, mientras atardece. ¿Sabe qué significa lo que acabo de hacer?

-Se acaba de sacar la caspa del infierno.

-Y acabo de encasquetarme el brillo del Hombre Nuevo, además. Cada tanto lo perdemos.

-Es verdad.

-¿De verdad no se conforma con haber implantado a Ojos de Plata en el medio de este infierno? ¿Necesita forzosamente un Domingo de Ramos para sentirse firme?

-A veces sí.

-¿Y Espínola Gómez necesitaría un Domigo de Ramos?

-No, Con dejar terminado su museo personal le alcanza.

-Entonces es más humilde que usted.

-Puede ser.

Isabelino pena volvió a prende el casetero y liquidamos la botella entre un profundo azul satinado por las Bagatelas de Walton. Hasta que el viejo desembuchó:

-Esta mañana me surgió un caso extraño, compañero. Una voz amariconada me advirtió en el teléfono que la decoración del Edificio Independencia y el museo de Manolo están amenazados por las maquinaciones del Maligno. Me dijo sólo eso. Pero desde que sonó el clic tuve la sensación de que en su libro hay pistas que pueden ayudarme a rastrear la amenaza.

-El libro está a la orden. Pero precisamos la autorización de Manolo. Yo tengo que encontrarme con él esta noche. Si quiere vamos juntos, pero no le mencione lo del Maligno porque anda con la presión oscilante.


Ya no llovía. El poniente había engendrado altas estrías rosadas y me sentí obligado a aclararle al detective:

-Cuesta mucho aceptar que la vejez sea esta necesidad de reventar de asco frente a cada consagración estelar de los homúnculos, aunque uno sepa que va a seguir hasta el final tratando de ayudar a salvar el tesoro. Con Ramos o sin Ramos.

El viejito alzó la pipa para clavársela en su dentadura sarrosa pero antes murmuró:

-Todavía estamos en la prehistoria.

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