miércoles

SANDINO NÚÑEZ (2): HUMANIDAD 2.0: EL CAPITALISMO ALCANZA SU CONCEPTO


I (2)

No hay, obviamente, entre la positividad o la solidez del modo de producción capitalista (la máquina técnica de producir valor de cambio) y la nube neutra de la ontología del capital (la circulación como el funcionamiento perpetuo de esa máquina), una relación del tipo base (técnica, económica, productiva)/superestructura (cultural, ideológica, teórica), como dos positividades que deben ser articuladas. Tarde o temprano, aunque esa articulación se diga o se quiera dialéctica, siempre habrá una instancia positiva (la base, para el diamat) que va a aparecer como la verdad de la otra. Debemos pensar esta “articulación” más bien como un continuo neutro-positivo o positivo-neutro, como ya hemos dicho: una neutralidad que es siempre ya positiva y una positividad que es siempre ya neutra, enlazadas en una fuerza de resistencia que siempre impide, retarda o arruina la potencia negativa del pensamiento. Si algún interés hubiera aún en cierta disputa por las palabras y los ismos, diría que hay que situar en este punto el verdadero materialismo: no en la creencia en cosas, objetos o relaciones independientes del pensamiento y las prácticas (la creencia ingenua —y para mí, profundamente idealista— en un ser sin modos, sin lenguaje y sin historia, o su contrapartida, que sostiene que solamente hay modos históricos de decir), sino en la aceptación de un real irrepresentable (neutro, enactivo, técnico) que es condición de posibilidad de toda actividad de representación y que al mismo tiempo es lo que la impide y la arruina.

Voy a repetir que el entendimiento realiza su operación de abstracción formal (la potencia absoluta, dice Hegel) sobre una abstracción real (Sohn-Rethel) que ya había ocurrido. Lo expreso de otro modo: la objetivación de algo como la realidad y su separación del lenguaje instrumental que la dice, la denota o la significa, inscribe siempre ya un saber enactivo de prácticas o actividades o técnicas sociales y socializantes. Esa inscripción de la actividad subjetiva en el centro mismo de la objetalidad del objeto no puede ser representada sin que todo el sistema de la realidad y de los objetos se arruine. Para poner las cosas en una secuencia un poco artificiosa, podría decirse que vamos del saber enactivo, de una especie de memoria corporal o de memoria técnica de las prácticas que nos socializan, a la objetalidad y objetividad de un ser y un mundo que pueden ser conocidos o dichos en el lenguaje. Y esa memoria corporal o técnica, zócalo de la representación, queda inscripta en toda la estructura como un remanente sin representar. Es una neutralidad práctica que “vive” en la positividad formal de ese mundo objetivo que el entendimiento conoce y mide. Cada vez que el entendimiento sintetiza un enunciado de conocimiento objetivo, en realidad conoce sus propias operaciones, sus propias técnicas y sus propias prácticas, que se confirman permanentemente y se incrustan cada vez más profundamente en la objetividad misma de la verdad, como una especie de fuga maníaca, impidiendo la aparición de Das Negative.

Con esta perspectiva podemos observar que en la modernidad no se construye un mundo objetivo (que el entendimiento “ve”) sino más bien una máquina o un sistema tecno-económico global de conexiones, prótesis, herramientas, instrumentos e interfaces sujeto-objeto —con la máscara de un mundo objetivo—. Pero esta máscara de objetividad no es una “operación ideológica” que se agrega luego, sino que es constitutiva, es necesaria (“la ilusión objetivamente necesaria” de la que habla Marx en el capítulo sobre el fetichismo de la mercancía). La objetividad misma (el concepto de objeto o de leyes objetivas) es parte de la interfaz histórica sujeto-objeto. El sujeto ha quedado siempre ya inscripto en la objetividad. O quizás: la negatividad (del sujeto) ha quedado sepultada, como neutralidad (enactiva, funcional, técnica), en la positividad (del objeto). La negación no ha tenido la fuerza o la paciencia suficientes para traer a la neutralidad al campo de las prácticas del sujeto. Así, esta condición de positividad, este modo en el que el mundo se nos aparecía como objetalidad inmediata, en la modernidad clásica (digamos), todavía parecía empujar a una intervención negativa directa, siempre excesiva o insuficiente o prematura —y quizás eso ha sido una parte decisiva del problema de la tradición crítica al modo de producción: la invisibilidad de la neutralidad real de la tecnología. Todavía era posible interponer un recurso interpretativo ante un mundo que estaba ahí, como un deslumbrante paisaje objetivo: idola, “visión del mundo”, representación o discurso, proyección de un sujeto, ideología o síntoma legible sin residuos, una especie de hermenéutica o semiótica o psicoanálisis social. Se buscaban sentidos profundos y secretos, reprimidos, ocultos y velados por la superficie de las conductas, los discursos o los propios objetos. Entonces la dimensión técnica, la interfaz como punto indeleble y fundante de toda representación, la relación funcional entre el cuerpo y la máquina, esa neutralidad ergonómica y enactiva envolvente en la que la máquina es cuerpo y el cuerpo es máquina, se perdía, suspendida en un cortocircuito entre la objetalidad natural, helada y asignificante (el paisaje de los objetos, la distancia entre el ojo y el funcionamiento objetivo del mundo), y la representación como proyección de un sujeto sobrenatural cargado de sentido, intenciones e intereses. Como vimos en “El autómata & los enanos”, en una primera instancia la máquina técnica es o bien vivida simplemente como una realidad natural que siempre ha estado ahí, o bien interpretada como la escena de un otro (clases dominantes, ideas hegemónicas) que se impone o nos engaña. Hemos llamado a esta instancia interpretativa “simbolización prematura”: nuestra crítica cultural clásica al capitalismo parecería haber cometido el “error” de historizar antes de tiempo, parecería haber reaccionado en una especie de exceso hermenéutico, en una especie de derroche de sentido ante el mundo glacial y asignificante del objeto.

Pero hoy, entiendo, estamos en una instancia ulterior: ya no estamos parados ante el paisaje de la objetividad natural y eterna del mundo y la realidad, sino, otra vez, sumergidos en el ambiente o respirando el aire de la neutralidad natural y eterna del saber-funcionar, de lo enactivo y de nuestras propias prácticas técnicas y tecnológicas. Ya no “vemos” el mundo sino que funcionamos en el mundo de acuerdo a los principios económicos básicos incuestionables que rigen a todos los sistemas o a todos los juegos (pericia, desempeño, rendimiento, resultados) y de acuerdo a los modos y a las lógicas técnicas más apropiadas (táctica, estrategia, previsiones, cálculos). La realidad no es ya el distante paisaje de los objetos o la enorme máquina del universo, sino el funcionamiento mismo del todo, y específicamente, nuestra propia interfaz con ese funcionamiento global: la adaptación, la evolución técnica, la resonancia de lo real del cuerpo con el todo. Si en la era tecnológica temprana de la modernidad (siglos XVI y XVII) habíamos ido, en la abstracción real, desde las prácticas y el funcionamiento al paisaje visual de la objetividad, ahora, en el ambiente capitalista tardío, parece desandarse ese camino: volvemos una vez más a las prácticas, al funcionamiento y al saber-funcionar. La gran diferencia es que ahora esa enactividad y ese saber-funcionar crea un nuevo campo de objetividad, una “objetividad de segundo grado” que desplaza al anterior del centro de interés, y que al mismo tiempo lo presupone y lo realiza como una nueva neutralidad. Ya no contemplar y describir la objetividad del funcionamiento de la máquina del universo o desnudar y revelar su esencia o su verdad, sino modelizar operativamente nuestra propia participación en ese funcionamiento, dar una entidad sustancial al saber-funcionar para operar directamente sobre él con el propósito de completarlo, mejorarlo y perfeccionarlo. Estamos en una pragmática extrema que incorpora al lenguaje como fenómeno de código y a la teoría como una consola de control, en una posición de instrumentalidad radical: todo lenguaje y toda teoría obedece inmediatamente a una lógica de gestión, ajuste, corrección y  perfeccionamiento de la interfaz, de la acomodación y del saber hacer.

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